lunes, 28 de mayo de 2007

Apaga y vámonos


Demasiado ruido. Se nos inundan los sentidos de ruido en estado puro. Ese ruido insolente, descastado, vacio y paranoico está por todos lados. Maldito ruido. Poco a poco se va metiendo dentro, como un parásito. Voces, lamentos, chirridos. No percibimos otra cosa. Parafrasenado a los niños de guardería con mocos y plastilina, es como vivir en un eterno rompeolas. Dicen que el hábito hace al monje y nada más cierto. Acosados hasta la indolencia, mortificados hasta el hastío ya no sabemos que hacer sin ese constante martilleo a nuestro alrededor.

Con el tiempo te acostumbras a malvivir con él. En algún momento ya olvidado perdimos la noción de su orígen, el por qué de su existencia, y al final, termina por desvanecerse nuestro entorno. Solos tú y él. Se apodera de nosotros y nos anula, cayendo al fín en la trampa. Somos su nuevo instrumento, prisioneros desesperados cuya única obsesión es huir. Pero, ¿hacia dónde? Al vacío, al silencio, al murmullo de lo realmente trascendente. Sin embargo los barrotes de esta celda de gritos y jadeos son demasido sólidos. Ahora, perdidos en esta estruendosa inmensidad solo sabemos hacer una cosa, ya hemos aprendido, ya sabemos cómo escapar: hay que gritar, todo lo que den de sí tus pulmones y tu garganta, sin escrúpulos, sin escuchar nada más que nuestros propios gritos, sin preguntarse si merece la pena, sin pensar si hay otra salida.

Hoy fue el día en los individuos creyeron que ejercían derechos, que exigían responsabilidades y soñaron que decidían. Pero realmente, ¿ha cambiado algo? Según los responsables ellos son los vencedores. ¿Qué ocurre cuando la democracia es subyugada por un oligarquía que recurre al ruído más ensordecedor para someter al ciudadano? ¿Qué sucede si el poder se convierte en la pieza angular de un proyecto sin futuro? Pasa esto. Ganan ellos. Perdemos nosotros. Su dichoso ruido nos ha dejado sordos y ya no somos capaces de oir ni sus propios cuentos.

Apago la tele, no compraré el periódico, la radio ni existirá. Quiero silencio, no quiero oír voces desquiciadas que justifican, que alzan vítores. No quiero oír el ruido de sus copas al brindar, ni himnos rancios, ni eslóganes del top manta. Sólo quiero silencio.

Ahora sí. En los momentos en que la vida se hace eco de nuestros silencios, en que la reconfortante soledad se hace un hueco en la cama y se acurruca a nuestro lado, no hay nada que decir, nada que sentir y nada que pensar. Y curiosamente, ahora, estoy tranquilo.


"Cierro los ojos y bailo
al borde del tejado
...podría volar..."
R.F.

lunes, 21 de mayo de 2007

Diario de a bordo


Las preguntas me fascinan. Me encanta preguntarme cosas que se que no me puedo contestar. Creo que esto lo hacemos todos, para fantasear. Lo peor es que, como para todo hobbie, se necesitan unos mínimos. La condición necesaria en este caso es la imaginación, atributo del cual yo carezco, o, en el mejor de los casos, es comparable a la de una lombriz. De todos modos, yo sigo con mi afán vitalista de preguntarme cosas: ¿Tiene fín el universo? ¿Y final? ¿Qué se siente al ahogarse? ¿Cómo se conduce un fórmula uno? ¿Cuánto dinero es necesario para fabricar un arma? ¿Qué se siente al matar a alguien? ¿Y al ser matado? Así podría seguir hasta el infinito.

Pero hay cosas que me acosan de vez en cuando. Viene una pregunta, no me la puedo sacar de encima y fantaseo. "Vivo en un lugar caluroso, además de húmedo. A cada lado que miro todo parece hecho jirones. Casuchas destartaladas al pie de calles sin asfalto encintas del polvo que cubre el ambiente que respiramos. Respiramos porque no hay otra cosa que hacer, porque no puedo hacer otra cosa. Sin embargo me considero afortunado: tengo dos hermanos y tres hermanas, mis ancianos padres y mis tias maternas que vinieron a vivir a casa cuando el abuelo enfermó. Además mis primitos me adoran. Son muchos, y hay veces, cuando tengo hambre y hace calor, que no puedo recordar cuantos son. Sin embargo los quiero mucho. A todos. Compartimos casa"

"Cuando hace mucho calor voy al mar. Me acerco a la orilla para saborear la brisa. Todo está salpicado de barcas no muy lejos de mí. Algunas están tripuladas por hombres que se afanan en intentar arrancar al mar algún fruto de su vientre, pero es en vano. Hace tiempo que la pesca no da para vivir. Por eso lo dejé. Gastaba más dinero en el barco que lo que ganaba. No podía pagar la licencia y el poco pescado que conseguía reunir no daba para vivir. Me alegro de haber dejado la pesca, me da miedo el mar. He oído historias. Todos cuentan historias. Cuando se hace de noche y miro al mar veo los caminos trazados entre las olas que otros han seguido. Sin embargo, como se pierden en el horizonte, me dan miedo... Todos huyen. Unos llegan y otros no. ¿Qué debo hacer yo? ¿Debo subir al cayuco y arriesgarme por los míos? ¿Qué otra opción me queda?".

Seguro que subirá. Ahora coje la cartera, aparta los billetes y elige la reluciente moneda que ha de decidir el destino de uno de nosotros. Lánzala al aire. Salga lo que salga, el valor de su vida será el mismo. La moneda es el resumen.

Se pueden contar muchas historias de personajes que nos son interesantes. Ejemplos de superación, voluntad e inteligencia, admirados por sus heroicos actos. Hombres y mujeres insignes tocados con la varita mágica del destino para perdurar en la memoria de la humanidad. Sin embargo cada uno tiene su propia historia, su propio universo en el que gravitan todas esas pequeñas y grandes cosas que participan de nuestra vida. Y más allá de esto están las mil y una noches que quedan para que miles de almas cruzen sigilosamente el lago Estigia, escapando del Hades, para opositar a diplomado en Dignidad.

¿Qué se siente en un cayuco?

domingo, 13 de mayo de 2007

De noche


LLueve, incluso diría que lo hace con fuerza y se acompaña de viento. He luchado para ganar una batalla a mi pereza patológica y al fín consigo arrancarme unas palabras de los dedos. Estoy en un momento de estado catatónico. Afuera llueve, y sin embargo casi no se escucha por el ruido de la gente al salir del pub. Hasta una racha de viento golpea mis ventanas. ¿Y si alguien lee esto? ¿Se preguntarán por el significado? La realidad es que hoy no hay significado. Es parte de mi guerra particular contra la desidia. A pesar de ello, mi preocupación por encontrar un significado, un motivo, un fín, hará que, en mi cabeza, todo encaje a la perfección aunque sólo sea para reconciliarme conmigo.

¿Cómo pasar por encima de mí mismo y mi mediocridad?

Otro día más sin solución. Esperando algo que no llega pero que ya tengo. Lo tengo todo. Soy otra víctima más de estas sociedades nuevas, que descolocadas por su extrema comodidad, necesita crearse problemas que llenen su espacio vital. El sofá atrofia nuestros sentidos, los medios los entumecen y el desahogo de toda complicación nos seca por dentro.

Tal vez una respuesta sencilla sería que la completa felicidad no existe. Es extraño, o al menos me lo parece, que siendo extremadamente conformistas no seamos capaces de aceptar esa obviedad. No se puede asumir que la felicidad sea como una ecuación que tiende a infinito. Ahora mismo me encuentro yo en esa fase de tender a la felicidad. Todo esta llano en mi camino, sin dificultades ni preocupaciones, sintiéndome querido y aceptado. Lo que no se es como he llegado hasta aquí tan fácilmente en todos los aspectos. Puede que haya sido casualidad, con lo cual me consideraría extraordinariamente afortunado pese a no tener ningún mérito, o en cambio, mi destino está ya escrito, sintiendo así que mis actos tampoco tienen ningún valor verdadero y que sólo puedo participar del teatro de la vida más como espectador que como actor. Sea como fuere, lo cierto es que acaba de sonar mi querida campana berenguela dando la hora de irse a la cama porque así estaba previsto.

El tiempo responde al destino o es el destino mismo. Y el destino me dice que es la hora de ir a dormir.

martes, 8 de mayo de 2007

Desilusión


Cumplir años es inevitable. Solo nos lo puede impedir la muerte. Y así como nos encanta que cada día salga un sol nuevo y brillante, la idea de cumplir años se nos antoja como una pesada losa que hay que cargar sobre las espaldas, siendo para muchos la auténtica cruz de sus vidas. Este comentario no tiene el objetivo de hacer apología de la eterna juventud, ni ser el dietario de las hazañas de los "Peter Panes" de andar por casa, si no mas bien incidir en una curiosidad antropológica.

Me dió hoy por imaginar un mundo poblado con individuos infectados por el virus de la inocencia. Imaginad un mundo compuesto por personas de todas las edades rebosantes de esa candidez tan propia de algunos niños. Se me pone la piel de gallina con solo desearlo, sería una catástrofe, un zoológico sin rejas ni cuidadores. Aunque seguramente fuéramos más felices y despreocupados acabaríamos por desaparecer. Sin embargo esa actitud de carecer de dobleces nos reportaría también algunos beneficios si la aplicáramos de vez en cuando. Con la edad, el hombre (llamado por algunos humán) se vuelve, poco a poco, quién más quién menos, un cascarrabias ansioso de demostrar al mundo (y sobre todo a sus congéneres)toda la experiencia adquirida a base de palos y algún que otro éxito ripioso. Esto, además de henchir el orgullo, dejar las uñas relucientes de frotar contra la solapa, tiene otros efectos secundarios. Esta metamorfosis los volverá, de la mano del desencanto, unos insolidarios para con las motivaciones de los demás.

Gracias a estos déspotas vehementes, guardianes del averno de mediocridad en el que ha echado raíces nuestro modesto país desde viejo, mueren muchas de nuestras esperanzas. Con sus "ya te lo dije", "eso no merece la pena", "no vale la pena ni intentarlo", "estoy harto de lo que hago", a veces consiguen que nuestros sueños sigan siendo, durante toda nuestra vida, nada más que sueños. Sus risotadas ahogan nuestros deseos de superación, de excelencia, nuestro instinto inquisidor y el espíritu curioso innatos. Se marchitarán al calor infernal de las sentencias pronunciadas con tanto valor como imprudencia por aquellos que se esfuerzan en perpetuar el vicio de la ignorancia. Matar la ilusión a golpe de frustraciones. ¿Cuántos chavales hartos de recibir zancadillas, pisotones y vapuleos verbales han desesperado y caído en la desgracia de renunciar a esa ingenuidad propia de los que no tienen miedo a saber y descubrir? Nuestros sueños, sueños serán si hacemos caso de los asesinos de la verdad. Esa verdad que, como una estrella, nos guía en nuestro propóposito de conseguir un trocito de eternidad.