miércoles, 11 de abril de 2007

Que bien sienta la Primavera


Después de un parón tan largo como mis vacaciones me he decidido, sin motivación, a escribir unas palabras en el universo de la red. ¿De qué podría yo hablar? Tiene que ser algo interesante, algo que despierte el interés de tan sólo una persona mas allá de las fronteras de mi piel. Algo sencillo, directo, que sea el reflejo en el que alguien descubra que las paredes oyen y saben más de nosotros que nosotros mismos, que hay vida a nuestro alrededor.

No sé si será culpa del cambio climático, de nuestros maravillosos políticos, o de las limitaciones de mi creatividad, pero por más que me estrujo los sesos tan sólo acuden a mí asuntos que no creo que despierten la conciencia de nadie ni que sean capaces de remover ningún sentimiento. No me agobia, para eso ya existen los fotógrafos. "Una imagen vale más que mil palabras"... Los dichos populares forman parte de nuestra cultura como individuos sociales y parece que los tenemos tan interiorizados que cuando escuchamos alguno por primera vez, por extraño que sea, nos resulta familiar, incluso reconfortante. Este ejemplo es muy apropiado para relativizar estos bonsáis de sabiduría, algo que todos sabemos que es posible. Las palabras nos afectan tanto o más que las imágenes. Me parece pertinente comentar el caso del conocido fotógrafo Kevin Carter, que hace algunas semanas volvió a estar en las primeras páginas de los periódicos a pesar de llevar muerto más de diez años. Su fotografía de una famélica niña acechada por un buitre con un estado nutricional semejante conmocionó al mundo. Cuando vi el reportaje sólo me detuve en la letra grande, como buen lector de tercera, así que apenas sé que se suicidó debido a las críticas recibidas por su aparente indiferencia e insensibilidad ante tamaña tragedia.

Es muy curioso saber que este hombre pudo tomar una foto tomándose todo el tiempo del mundo y no sentir el impulso de acabar con su vida. Es curioso que ante las críticas verbales sí haya sentido ese impulso. Carter fue vilipendiado por la opinión pública, ese ente fantasmagórico que aparece cuando tiene que dictar sentencia sobre la moralidad de tal o cual suceso para restablecer el orden cosmológico perdido. No deja de ser curioso también el hecho de que el afán de opinar y juzgar del hombre sea como un panzer, un huracán que arrasa todo a su paso. Me atrevería a pensar que los que criticaron a Carter por su actitud actuaron por venganza, quizás inconscientemente, quizás no. Pero, ¿de qué tenían que vengarse?

La sed de venganza surge desde el interior de nuestro ser ante un agravio, daño o insulto recibido. Los críticos de Carter seguramente se dieron cuenta del significado real de esa foto, posiblemente, mejor que su propio autor. Compararía yo al fotógrafo, en este caso, con una especie de instrumento divino manejado por el destino, cuya participación se reduce a ser meramente el agente ejecutor, mas no el causal. Una especie de siervo, de poseído. Se han realizado estudios sobre cómo es posible que algunas personas reconozcan antes una caricatura de un personaje famoso que la foto real de dicho personaje. Los dibujantes exageran los rasgos faciales distintivos de un personaje hasta convertirlos en caricaturas. Cuando los espectadores de la foto de Carter la tuvieron delante de sus finas narices, lo primero que vieron fue una indefensa y pobre niña muerta de hambre esperando sin remedio a la muerte, representada por un buitre malo y sin compasión, que esperaba impasible desde unos metros. El sentimiento de pena inicial se fue sustituyendo poco a poco por otro de desasosiego, y este dió paso al asombro y a la repulsa. El buitre no era la muerte. El buitre eran ellos. Era como mirarse en uno de esos espejos que deforman nuestras formas y nos hacen tanta gracia, pero sin gracia. Esa foto es la radiografía perfecta de nuestro mundo. Fue el insulto perfecto, una humillación pública delante de todos los invitados, un bofetón en la mejilla de la conciencia. ¿Cómo lavar esta mancha? ¿Cómo vivir sabiendo lo que soy?

Por eso cargaron sus culpas en las espaldas del pobre Carter, fue la cabeza de turco. Él fue el sucio rastrero que pudiendo salvar una vida miró para otro lado. Fue él. Una vida que significa tan poco como la de la niña de la foto. "Ahora ya podemos estar tranquilos, que ese tipo no volverá a molestarnos".